No me senté. Me caí. Y entendí muchas cosas.
La primera vez que salté en parapente, me dieron una sola instrucción:
“Pase lo que pase, bajo ningún concepto te sientes. Si te sientas, nos vamos al suelo.”
Asentí. Lo entendí. Lo grabé en la cabeza.
Pero no pude practicar antes. No hubo ensayo. No había margen.
Era mi primera vez. Y como tantas primeras veces en la vida:
no se ensayan. Solo se viven.
Empezamos a correr y…
No me senté. Me caí.
Y acabé en el suelo, arrastrada.
Por suerte, no iba sola.
El instructor supo reaccionar.
Me sujetó y conseguimos despegar.
Y ahí, en el aire, lo entendí todo:
Hay decisiones que no puedes ensayar.
Lo único que puedes elegir… es con quién las tomas.
Esto mismo lo veo cada día como abogada:
Personas que firman sin preguntar.
Que aceptan condiciones sin entenderlas.
Que actúan con miedo, intuición o prisa… y se estrellan.
Y sí, es verdad:
no siempre hace falta un abogado.
Hay decisiones claras. Casos sencillos. Momentos en los que uno lo tiene todo bajo control.
Y si se equivoca… se equivoca solo. Punto.
Pero hay otras veces —muchas más de las que creemos—
en las que no deberías estar solo.
Si estás en una de esas decisiones que no se pueden ensayar…
Suscríbete a mi newsletter.
No es un boletín legal.
Son historias reales que quizá te ayuden en tus decisiones.
Porque aprender de nuestros errores y aciertos está bien, pero aprender delos de los demás, está mucho mejor.
Una simple consulta. 100.000 euros.
Luis casi no pregunta. Pero lo hizo.
Luis (nombre ficticio) me escribió con cierta vergüenza.
Había recibido una carta de su empresa y no terminaba de entenderla.
Dudaba si pedir una consulta porque —según él— “seguro que no era nada”.
La carta, por sí sola, no escondía nada grave.
Pero al revisar su situación general y hacerle un par de preguntas con toda la intención, apareció algo que él desconocía por completo:
un derecho que le daba acceso a una indemnización superior a los 100.000 €.
Todo por levantar la mano a tiempo.
No tenía claro qué preguntar.
No sabía si era relevante y temía hacer el ridículo.
Y aún así, consultó.
Y fue suficiente.
Otro cliente llegó más tarde. Demasiado tarde.
Vino por un asunto menor.
Pero durante la conversación, se sintió cómodo y empezó a contarnos otro caso, uno anterior, en el que le había ido mal.
“Ojalá haberos conocido antes”.
Según él, la parte contraria “jugó muy bien sus cartas”.
Le escuchamos unos segundos.
Lo suficiente para reconocer la historia.
Le cortamos con respeto y claridad:
“Ese caso lo llevamos en este despacho. Estábamos al otro lado. Mejor no sigas contándonos más.”
No se trata de tener razón. Se trata de saber cuándo preguntar.
Y a quién.
No se trata de tener razón.
Se trata de saber cuándo pedir ayuda.
De saber a quién la pides.
Y de hacerlo antes de que lo haga quien tienes enfrente.
Covadonga Díaz | Soluciones Jurídicas
Esto son solo una historia y dos consultas.
Dos consultas.
Imagínate todas las que vemos cada semana.
Algunas acaban bien.
Otras… no tanto.
Pero todas enseñan algo.
”¿Y si esto me pasara a mí?”
No todo el mundo necesita estar preparado.
Alguien tiene que llegar tarde.
Y si alguna vez te ronda una duda, por pequeña que parezca, consúltala.
Con nosotros o con quien tú quieras, eso da igual.
Pero no te la guardes.
No hay dudas tontas.
Tonto es esperar a que el problema crezca.
Y no, no tienes por qué saber de leyes.
Igual que yo no sé arreglar un motor ni operar una cadera.
Para eso están los profesionales.
¿Tomas decisiones importantes sin red?
Suscríbete a mi newsletter y aprende a detectar errores antes de cometerlos. Porque algunas decisiones no se ensayan. Solo se viven.
Quiero recibir la newsletterSin spam. Sin tecnicismos. Solo lo que necesitas para decidir con cabeza.